Gregorio Alonso Grimaldi, torrubiano parlamentario e ingeniero de caminos

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GREGORIO ALONSO GRIMALDI
(Gregorio Ramón Alonso Grimaldos, 1839-1908)
Parlamentario e ingeniero de caminos, padre del tren de Cuenca a València
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Gregorio nace en Torrubia del Campo (Cuenca) el 9 de mayo de 1839. De entre los hijos más jóvenes de Manuel Alonso García-Sevilla (1797-1860) y Leonarda Grimaldos López (1800-1869), familia acomodada, tanto en tierras como en ganado, pero dedicada a la abogacía en una época en que se escribía a mano con pluma de ave (la imprenta se reservaba a las grandes tiradas), se alumbraban las estancias con lámparas de aceite o velas y se empleaba a los animales para todo, pues lo más próximo a la que podían haber visto los pobladores rurales -y muchos de los urbanos- eran el trabuco del alguacil, los mosquetones de la , la báscula de precisión del boticario y algún buen instrumento musical, el summum sería el órgano de la iglesia. Trabajar en un escritorio era privilegio para unos pocos, ya saber leer y escribir era un gran logro y ver el mar con ojos propios era tan sueño en lo vivencial como en lo tecnológico lo eran los barcos de vela, mercantes o de guerra. Más al alcance estaba aprender la forja, el curtido, la artesanía o la orfebrería.

Fruto de su ambiente jurídico, nuestro Gregorio marchó a Madrid para estudiar derecho, pero ya en 1860 sin padre ni tutela de ningún hermano mayor (Canuto había acabado cuatro años antes) y en aquella pequeña villa y corte, castiza y politizada a la manera de la época -zarzuelera a nuestros ojos-, el paso por la facultad de derecho se truncó al cuarto año, y así desaparece todo rastro documental de nuestro Gregorio Alonso Grimaldos, para reaparecer reinventado como un ingeniero de caminos, canales y puertos que empleaba sus horas libres en impartir cursos… ¡de derecho! para adultos en instituciones librepensadoras.
Contactos haría y se implicó en una escisión no-monárquica del partido “progresista” del impetuoso general Espartero: otro partido, que se denominó “radical”, cuyo segundo de a bordo es el único rostro hoy recordado: José de Echegaray (por los últimos billetes de mil pesetas de gran formato). Todavía faltaban lustros para que el “obrerismo” -que ambos partidos rechazaban- cristalizase en el tercer partido político del ala no-conservadora, único de los tres cuyas siglas llegarían hasta nuestros días.

Bagaje de su primera vida de jurista, el latín era el idioma al que se adaptaban los nombres y apellidos de eruditos y eclesiásticos en sus inscripciones lapidarias, y hay pistas que llevan a suponer que el cambio de Grimaldos a Grimaldi sólo era la adaptación del plural en latín: es dudoso que sucediese por el cambio de matrícula universitaria -parece ser que lo secundó su hermano José María-, y en ningún caso fue para darse ínfulas de sangre azul, pues nuestro Gregorio era un “revolutum de revoluti” convencido: se encuentra en la lista de diputados que votaron la instauración de la Primera República (1872), lista venerada y hoy omnipresente en blogs y webs de su signo. Apellidarse Grimaldi sería probablemente un alarde en los cenáculos (las cenas fueron frecuentes con Eduardo Gasset, abuelo de José Ortega y Gasset) políticos e intelectuales del momento y hacía frente a los oponentes conservadores que blandían títulos nobiliarios. A ésto se añadía la distinción “italianizada” que él conseguía firmando proyectos a dúo con los Rodríguez Intilini (Vicente primero y Gabriel después). Vicente fue su mentor, quien tenía como polifacético ejemplo a Lucio del Valle (1815-1874), pues meramente con los genes también se podrían producir descendientes díscolos. Eusebio Page fue otro gran mentor.

Como aportación más personal suya a la política, más allá de los asuntos de Cuenca, Gregorio Alonso figura junto a quienes fueron los cuatro brevísimos presidentes de república (Figueres, Pi i Margall, Salmerón y Castelar) en una llamativa propuesta de milicia profesional, anticipo del ejército de nuestros días. Cesó como diputado por Cuenca semanas antes de que el asalto del general Pavía al Congreso de los Diputados (el precedente de Tejero) pusiese fin a la Primera República.

Es entonces (1874) cuando obra el progreso con sus propio talento, pues junto a la burguesía de Valencia fue quien inspiró y persiguió el que sería su proyecto cumbre como ingeniero de caminos: convertir la linea de ferrocarril que todavía no había alcanzado Cuenca (1885) en una linea directa hasta Valencia. Atajaba en longitud frente al enlace que ya existía por Almansa, la puerta natural de Levante (pero no fácil: pues los fogoneros también palearon fuerte el carbón en las rampas de La Font de La Figuera). Pero exceptuando una carga de mineral próxima a Landete, la linea no ofrecía apenas aliciente a los Crédit Mobilier, los Rotschild, los marqueses castellanos o los magnates británicos, quienes mientrastanto ponían los Balcanes y la Tracia turca en la travesía del Orient Express (1883), igual de desaventurada al final: recordemos que Renfe (1941) y sus homólogas europeas fueron el rescate de todos aquellos ferrocarriles al modo como la Sareb lo es hoy de los pisos sin vender. Después vinieron décadas de intenso servicio, austero y popular, hasta sucumbir más ante el avión que ante el automóvil. Aquellos ferrocarriles fueron la génesis de las instituciones económicas modernas (capital dividido en acciones, bolsa, etc) sin las cuales todavía seguiríamos ligados al patrón oro.

El proyecto original fue alterado: donde más en la zona de los viaductos de Mira, de Torres-Quevedo (hijo), el Imposible y el del Cabriel. No obstante, sí que son genuínos de Gregorio Alonso Grimaldi el estudiado ascenso por el difícil desfiladero de Carcalín en Buñol y el concepto esencial de una vía férrea directa Cuenca-Utiel ceñida a la inhóspita Serranía, que fue la que tardíamente (1947) se realizó. Es dudoso que el itinerario que propuso Lamartinière -el actual eje por Motilla del Palancar y sin pasar por Cuenca capital- fuese entonces mucho más convincente recordando las curvas de la carretera en Contreras (de Lucio del Valle, el pionero absoluto) o la antigua salida de Cuenca por San Antón hacia Madrid…
El tema ya fue y sería extenso, en suma, el legado de Gregorio Alonso sigue vivo y ha sido puesto en valor en muchos órdenes, pero como sucede a otros de su género, su función ferroviaria se halla en acusado abandono. Quizás el mito del Talgo a Barcelona (1970-1976), ha animado la reivindicación de la travesía por Cuenca de su muy veloz sucesor (2010), si bien aquél fue casi el California Zephyr de España mientras que un viaje en el AVE es como un viaje en ascensor, y su revulsivo para el territorio está por ver.

Cuentan que otros proyectos de Gregorio Alonso Grimaldi, aparte del citado ferrocarril del que no se pudo enorgullecer en vida -inconcluso a raíz de las absorciones entre compañías- fueron la carretera norte-sur a través de la Alcarria, y algún puente fluvial de la carretera nacional Madrid-Valencia: quizás alguna reconstrucción del famoso de Arganda, quizás en otro emplazamiento, ésto al decir de los familiares: colaterales, pues permaneció soltero aunque aprovechó para viajar frecuentemente al extranjero, especialmente a Inglaterra: para estar al día en ferrocarriles (participó también en los trabajos del Transpirenaico por Canfranc) y para adquirir ajuar y obras de arte, mientras en su ausencia de Torrubia, sus propiedades quedaban al cuidado de su atribulado pero cumplidor sobrino y ahijado Gregorio, uno de los prolíficos Alonso Guisasola de . Éste a su vez fue padre del siguiente gran ingeniero en una familia entonces ya más diversa: el agrónomo genetista Manuel Alonso Peña (1903-1982).

A propósito de las propiedades de Gregorio Alonso Grimaldi, cabe mencionar que en una de ellas próxima a , en Saelices -que luego permutaría para concentrarse en Torrubia del Campo-, él facilitó el acceso (muy angosto para las cinturas de entonces) de un grupo de arqueólogos a una cueva en que se hallaron numerosos restos prehistóricos, de los cuales hizo donación al único museo existente entonces, el de Uclés, donde se hallan expuestos al público. Similares exploraciones en los pueblos aledaños introdujeron los añadidos “de Don Gregorio” en la nomenclatura de cuevas y parajes singulares, perdurando en la cartografía de detalle. El hecho es que además colaboraba con el Ministerio de e Instrucción Pública cuando no se hallaba desplazado a proyectos sino residiendo en Madrid, al tiempo que sujeto a la organización del entonces llamado Cuerpo de Ingenieros (supeditados a los ingenieros militares).

En los últimos años de su vida y retirado en Torrubia, todavía fue elegido senador “del reino”, libre ya de Isabel II y de su padrastro el Duque de Riánsares.
El 1 de septiembre de 1908 consta que fallecieron tanto el Gregorio Alonso apellidado Grimaldos (registro civil) como el apellidado Grimaldi, igual que coinciden sus fechas de nacimiento, todo en Torrubia del Campo, por supuesto. La rama familiar colateral que heredó el grueso de sus bienes quedó traumatizada de por vida con Torrubia desde el asesinato de uno de sus miembros en la Guerra Civil, y a finales de los años 80 acabó extinguiéndose.

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