Aromas que marcan la vida
Los aromas tienen un poder único para transportarnos a tiempos y lugares que creíamos perdidos. Son como pequeñas cápsulas del pasado, invisibles pero cargadas de recuerdos que despiertan con solo un susurro en el aire. Hay olores que nunca se olvidan, que se quedan grabados en lo más profundo de la memoria, como si cada vez que los sintiéramos, volviéramos a vivir ese instante exacto.
Recuerdo especialmente la panadería de Felipe en la calle Ramón y Cajal. Ese olor a pan recién hecho, a rosca de aceite, tan característico, es algo que no he vuelto a encontrar. El pan de aceite, con su forma de rosca, era mi favorito.
Y ahora, con la llegada del otoño, otro olor se apodera de los días: el de las estufas de leña encendiéndose por primera vez en meses. Ese olor a madera quemada, a calor de hogar, trae consigo la promesa de noches largas, de mantas y charlas.
Los olores nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos. Son una brújula sensorial que nos guía por los caminos de la memoria. En cada fragancia se esconde una historia, un rincón del pasado que permanece intacto, esperando a ser redescubierto con cada nueva inhalación. Porque los olores no solo se sienten, se viven. Y, en su simplicidad, nos devuelven lo que nunca dejamos de ser: niños en busca de esa rosca perfecta, de ese abrazo perdido, de ese momento que creíamos olvidado.
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