Se acabó el curso escolar. Un curso que comenzó con normalidad pero que acabó con un poco más de un trimestre de confinamiento. Algo que lo ha hecho raro y atípico además de impensable allá por sus inicios en septiembre.
Felicidades a todos esos alumnos que han sobrellevado este tiempo el aprendizaje desde casa. Ellos han ido avanzando y poniendo todo su interés para sentarse y concentrarse a ver videos de clases o indicaciones del profesorado.
Reconocimiento también para esas familias que han convertido el rincón de la casa mas propicio para un aula y se han redescubierto recordando aquella materia de la EGB o BUP para dar explicaciones que en la medida de lo posible aportaran algo de luz a que sus hijos entendieran mejor la temática.
También a esos profesores que se han tenido que adaptar a dar clase a través de plataformas. Que han pasado horas gestionando la información y adaptándola de la mejor manera posible para hacerla llegar al alumno. Que han tenido que ser nuevos técnicos de soporte informático improvisados, algo para lo que no tenían porque estar preparados.
En el camino del aprendizaje todos nos hemos encontrado con profesores de todo tipo. A algunos los recordamos más que a otros, pero todos invirtieron mayor o menor tiempo en nosotros. Con el paso de los años el tiempo te da la perspectiva suficiente para poder valorar un trabajo indispensable y necesario. El aprendizaje en clase es la base porque no solo te transmiten un conocimiento que te va a marcar en el futuro, sino que entre las cuatro paredes aprendes también a relacionarte con los demás, es decir a algo tan importante como socializar y a tener unos horarios y disciplina.
Las circunstancias mandan por encima de todo, de eso no cabe la menor duda. Pero esta pandemia que tantas lecciones nos ha dado y que pronto parece que las estamos olvidando, nos deja también algo importante: los valores de la enseñanza no se transmiten por la pantalla. Las nuevas tecnologías ayudan, pero no pueden ni deben sustituir la esencia de la enseñanza en un aula.