La tragedia de la DANA y el reflejo de nuestra sociedad

Estos últimos días nos han dejado imágenes difíciles de borrar: lodo cubriendo calles enteras, familias que aún buscan a sus seres queridos, casas y negocios arrasados por la DANA que ha golpeado con una fuerza despiadada, especialmente Valencia, pero también Letur en Albacete y Mira en . La tragedia se ha sentido especialmente cercana, en parte porque esta vez ocurrió en esa misma A-3 que muchos de nosotros recorremos cada , como una puerta de entrada a las vacaciones. Ahora, esa carretera que siempre asociamos con la escapada, el verano o las Fallas se ha convertido en un camino hacia la desolación.

Las cifras de muertos y desaparecidos son estremecedoras. Cientos de vidas segadas en apenas horas, con miles de historias que ahora se convierten en el lamento de un país en duelo. Sin embargo, hay otra cifra, menos mencionada pero igualmente devastadora: la de la indiferencia política. Mientras el barro y el lodo cubren las calles, la clase política parece más preocupada por medir la repercusión de sus palabras y acciones que por ofrecer una respuesta unida. Los ciudadanos asisten, impotentes, a un juego de peloteo entre administraciones que parecen tener más interés en esquivar responsabilidades que en tomar medidas concretas. Un juego que en nada beneficia a quienes están en el barro, literalmente.

Sin embargo, en este panorama de desolación, hemos visto también una imagen opuesta: la de los voluntarios que dejan todo para recorrer kilómetros y ayudar, la de vecinos que se organizan con lo poco que tienen para hacer lo que los políticos no hacen. Ellos son los héroes invisibles de una sociedad que, pese a la falta de respuestas, se levanta y sigue adelante. Estos días, en los pueblos como los nuestros, las ayudas se materializan en recogidas de alimentos y productos de primera necesidad para enviar a los damnificados. Sin grandes recursos ni campañas mediáticas, los pueblos y ciudades demuestran una vez más su enorme solidaridad.

Curiosamente, todo esto coincide con el Día de Todos los Santos, esa fecha en la que volvemos a los cementerios para recordar a nuestros seres queridos, para mantener viva su memoria. En estos días, honrar a nuestros difuntos se convierte también en honrar a las víctimas de esta tragedia, en recordar que su pérdida no puede quedar diluida en el lodo ni olvidada entre los discursos vacíos. Porque si algo deberían enseñarnos estas catástrofes es que estamos llamados a actuar, a unirnos, a dejar de lado los colores y las medallas.

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