Francisco de Reluz: El Dominico de Pozorrubio que sirvió a Reyes y renunció a obispados
Francisco de Reluz, nacido en Pozorrubio de Santiago (Cuenca) en 1617, destacó como un hombre de profundas virtudes religiosas, erudición académica y un carácter inquebrantable en su servicio al Reino de España. Hijo de Bartolomé Sánchez y María Reluz, este último apellido sería el único que adoptaría, dejando una huella imborrable en la historia eclesiástica y académica de su tiempo.
De Estudiante en Salamanca a Dominico en San Esteban
Reluz comenzó su trayectoria en la Universidad de Salamanca como estudiante de leyes, pero pronto sintió el llamado religioso. En 1634, ingresó en el Convento de San Esteban, un lugar emblemático de la orden dominica, donde recibió el hábito bajo la dirección del prior Francisco de Araujo. Su inteligencia y virtudes le abrieron camino rápidamente, destacando como lector de Filosofía y Teología.
En 1658, Reluz fue nombrado catedrático de Vísperas de Teología en la Universidad de Salamanca, un honor reservado para los más eruditos. En 1663 ascendió a la prestigiosa Cátedra de Prima de Teología, donde enseñó hasta su jubilación en 1678.
Confesor Real y Consejero de la Inquisición
La reputación de Francisco de Reluz trascendió las aulas universitarias. En sus años de retiro, fue llamado por el rey Carlos II para ser su confesor real, un puesto de altísima confianza en la Corte. Poco después, fue designado inquisidor de la Suprema, desempeñando este cargo con rigor y honestidad.
A pesar de su influencia en la Corte, Reluz permaneció fiel a su humildad dominica. Rechazó nombramientos episcopales en Plasencia, Santiago de Compostela y Salamanca, prefiriendo mantenerse al margen de las intrigas palaciegas.
Últimos Días y Legado
Reluz vivió sus últimos años en una celda del Convento del Rosario en Madrid. Su salud, debilitada por los años y su estricta austeridad (se decía que en Cuaresma solo consumía dos naranjas al día), lo llevó a buscar alivio en el clima de Alicante. Sin embargo, su viaje terminó en Ocaña, donde falleció en la Casa Hospital de San Juan de Dios el 31 de mayo de 1686.
Su muerte estuvo rodeada de historias de milagros y un profundo respeto por parte de las comunidades religiosas y civiles. Aunque nunca fue canonizado, se decía que “murió en olor de santidad”. La Universidad de Salamanca, donde había dejado un legado imborrable, le rindió solemnes honras fúnebres pocos meses después.
Francisco de Reluz, un hombre de profunda fe y dedicación, representa la unión de sabiduría académica y humildad religiosa, dejando un ejemplo para generaciones futuras. Su vida, desde los pasillos de la Universidad de Salamanca hasta los salones del poder real, es un testimonio de servicio y devoción.
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